Morgan Wienberg, una menuda joven canadiense de 22 años, tenía apenas 18 cuando se sumó a una oleada de voluntarios que viajó a Haití para prestar ayuda humanitaria tras el catastrófico terremoto de 2010.
A diferencia de la mayoría de los voluntarios, ella decidió regresar, después de interrumpir su carrera como médico para cumplir con lo que llama la misión de su vida, rescatar a niños haitianos que sufren abusos en orfanatos inescrupulosos. "Estoy estupefacta con su historia. Lo que ella está haciendo es simplemente espectacular y nada la desconcierta", dijo Alison Thompson, una enfermera australiana y trabajadora de ayuda que gestionó un campamento para víctimas del terremoto en Haití.
Wienberg residía en Whitehorse, la capital de Yukon, el territorio más occidental de Canadá, cuando sus planes de estudiar medicina en la Universidad de McGill se vieron alterados.
La joven había considerado pasar el verano trabajando con animales o niños en Africa, pero rápidamente se alistó como voluntaria para enseñar inglés a las víctimas del terremoto y ayudar en un laboratorio de prótesis.
"Realmente nunca había pensado en Haití. El terremoto me llevó a pensar en que ése era un lugar en el que podría hacer la diferencia", dijo durante una entrevista en Miami, donde estaba supervisando un centro de atención médica.
HAMBRUNA Y PALIZAS
En Haití también fue voluntaria en un orfanato. Horrorizada por las condiciones, descubrió rápidamente que casi todos los niños no eran huérfanos, sino que eran utilizados para obtener donaciones de organizaciones benéficas, incluyendo iglesias estadounidenses.
"Había 75 niños, todos en situación de hambruna, con vómitos y diarrea", dijo. Las palizas eran comunes y un niño sordo era abusado constantemente.
Cuando grupos de estadounidenses realizaron una visita con maletas de juguetes y ropa, el dueño se aseguró de que los niños fueran bañados y vestidos. Nunca recibieron las donaciones, que fueron vendidas. "El verdadero punto de inflexión fue cuando me di cuenta que todos esos niños tenían familias", dijo Wienberg. "Estaban ahí porque sus familias eran tan pobres que no podían permitirse cuidar de ellos", agregó.
Wienberg descubrió que el dueño del orfanato reclutaba niños en viajes a empobrecidas áreas rurales donde los padres a menudo estaban dispuestos a entregar a sus niños con la esperanza de que pudieran recibir una vida mejor en la ciudad, y quizás una educación.
"Muchos orfanatos en Haití son principalmente un negocio", dijo Wienberg. "Utilizan a los niños para obtener dinero de los extranjeros", agregó. Wienberg reunió pruebas y fue a la policía y al Instituto de Servicios Sociales de Haití para informar de los abusos.
En Haití existen hogares legítimos para niños, como el NPH International, que opera un hospital de niños en Puerto Príncipe y una cadena de orfanatos a lo largo de Latinoamérica. Pero el Gobierno de Haití ha comenzado a tomar medidas enérgicas contra los lugares corruptos, trabajando con la UNICEF para crear un registro oficial de los 725 orfanatos y centros de cuidado de niños que existen en el país.
De estos, 40 ya han sido cerrados, incluyendo el orfanato donde Wienberg trabajaba, aunque las autoridades dijeron que el Instituto de Servicios Sociales, que cuenta con un personal de 200 empleados, carece de recursos para supervisar adecuadamente los abusos. Hasta el momento no existen cifras fiables sobre la población total de niños en los orfanatos.
Terre des Hommes International Federation, una agrupación europea dedicada a proteger los derechos de los niños, está trabajando con UNICEF y el Instituto de Servicios Sociales en Haití para reemplazar los orfanatos por un programa de familias de acogida a nivel nacional.
La iniciativa busca evitar la separación al ayudar a la mayoría de padres vulnerables a encontrar una fuente sostenible de ingresos, capacitando a mujeres para hacer trabajos de costura y ayudando a pescadores con la entrega de redes y botes.
El programa también incluye un plan de "seguimiento y reunificación de las familias" para ayudar a retirar a los niños de los orfanatos y devolverlos a sus padres. Después de que Wienberg renunciara al orfanato, decidió que no podía darle la espalda a los niños. En Canadá tuvo tres empleos para ahorrar suficiente dinero para volver a Haití. "Cada día trabajaba para buscarles tratamiento médico e intentar cerrar el orfanato", dijo. A menudo tenía problemas para dormir, recordando que había compartido el suelo con niños que no tenían camas.
DE LA TIMIDEZ A CASAS SEGURAS
Con el dinero ahorrado y el fondo que contaba para ir a la universidad, Wienberg creó su propia organización de ayuda: Little Footprints, Big Steps, que ofrece lugares seguros y cuidado a niños mientras se rastrea el paradero de sus padres. La madre de Morgan, Karen Wienberg, una empleada pública de 57 años en Whitehouse, se desempeña como presidenta de la junta y organiza actos adicionales para recaudar fondos.
Hasta ahora Morgan ha rescatado a 86 niños y está ayudando a que sus familias puedan mantenerlos, además de pagar por la educación de otros 156 menores. Ella misma cuida de cinco niños y cinco niñas en una de las dos casas de acogida situadas en las la ciudad sureña de Les Caves.
Uno de los niños, Yssac Jeudy, tenía 12 años y era analfabeto cuando lo rescató de las calles. Conocido por sus amigos como "Big Cheek" (gran mejilla) por una tumor que crecía bajo el lado derecho de su cara, ahora va en segundo grado y es el primero de su clase. Wienberg se convirtió en su tutora legal este año para llevarlo a Miami a que fuera sometido a una cirugía. El tumor era benigno. "Ahora nos estamos enfocando en ayudar a los niños a quedarse con sus padres y a tener vidas estables", dijo. Eso implica asociarse con otras organizaciones de ayuda para construir casas y asistir en la capacitación laboral.
La organización de ayuda de Wienberg cuenta con un presupuesto operativo de 175.000 dólares y carece de lujos, como contar con un auto, puesto que el dinero es usado en comida, educación y atención médica. Sólo ocho empleados locales reciben un salario.
Wienberg, quien aprendió a hablar un fluido creole haitiano, viaja a todas partes en transporte público pese a las cinco horas en bus que separan Les Cayes de la capital, a donde debe ir con frecuencia. "A Morgan no le interesan las cosas materiales. Probablemente es la persona más increíble que he conocido", dijo Sarah Wilson, una paramédica canadiense de Ontario que cofundó Little Footprints con Weinberg luego de conocerla en Haití.
Con un temperamento terriblemente tímido, Wienberg ofreció un discurso en TEDx (una versión sin licencia de la versión más global de las charlas TED) en la Universidad de McGill en Montreal, y el año pasado fue invitada a hablar en la Asamblea de la Juventud de Naciones Unidas en Nueva York.
Algunos de sus admiradores le temen al riesgo de que trabaje en Haití. "Todos mis amigas que son enfermeras han sido agredidas o violadas en algún momento", dijo Thompson. "Pero sus niños realmente la aman y protegen. Se ha ganado el respeto de la comunidad, y eso cuenta para muchos allá".
A Karen Wienberg no le preocupa su situación. "El trabajo de una madre es abrir todas las puertas para que sus niños puedan encontrar su pasión", dijo. "Si tuviera un hijo sentado en el sillón me preocuparía más", agregó. Pese a su actuales actividades, Morgan no ha renunciado necesariamente a la escuela de medicina. "Gasté todos mis ahorros", dice con una sonrisa. "Por lo que probablemente necesitaría una beca", agrega.
Fuente: Reuters